Con Valencia como ejemplo reciente de lo que puede provocar una lluvia extrema, la borrasca Olivier llegó a Gran Canaria dejando carreteras cerradas, barrancos vigilados y más de 600.000 metros cúbicos de agua en las presas. Esta vez, el susto fue leve, pero la lección es clara
La borrasca Olivier pasó, pero dejó huella. Aunque no causó los destrozos vistos en Valencia, donde cayeron más de 600 litros por metro cuadrado en un solo día, en Gran Canaria provocó el cierre de tramos de carreteras por desprendimientos, el refuerzo de la vigilancia en barrancos y acumulados de casi 50 litros por metro cuadrado en zonas como La Suerte (Agaete). Afortunadamente, lo peor no llegó, pero el susto sirvió de prueba de estrés para una red de infraestructuras que no siempre responde a tiempo.
Las lluvias de Olivier llenaron las presas con más de 600.000 metros cúbicos de agua, un alivio para el campo y los embalses. Pero la lluvia también evidenció lo de siempre: laderas inestables, barrancos llenos de maleza, arroyos convertidos en vertederos y alcantarillas colapsadas. No se trata solo de la cantidad de agua, sino de la falta de mantenimiento y prevención. Y eso, en cualquier momento, puede volver a costar caro.
Valencia vivió el caos en cuestión de horas. Aquí, el daño fue menor, pero la amenaza fue real. La borrasca Olivier debe servir como aviso: no basta con resistir una tormenta si no se actúa después. El riesgo sigue, y mientras el clima cambia, lo urgente no es contar litros, sino preparar la isla para lo que pueda venir.